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La tentación algorítmica: ¿puede la IA gobernar mejor que los humanos?

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 1 sept
  • 3 Min. de lectura
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


En Albania, el primer ministro Edi Rama ha lanzado una provocación: ¿y si los ministerios fueran dirigidos por inteligencia artificial en lugar de políticos humanos? ¿Y si los votantes pudieran elegir un algoritmo como ministro o incluso como primer ministro? La idea, recogida por Politico y difundida por Futurism (2025, Wilkins, This Country Wants to Replace Its Corrupt Government With AI), responde a una frustración acumulada: tres décadas de corrupción, nepotismo y alianzas entre gobiernos débiles y redes criminales tras la abrupta transición del socialismo a un capitalismo desregulado.


El argumento de Rama y de figuras como Ben Blushi, exministro albanés, es seductor: la IA no se cansa, no cobra salario, no tiene parientes a los que favorecer, ni ambiciones que corromper. Sería, en teoría, un administrador perfecto: infalible, transparente, incorruptible.


La tecnocracia algorítmica

La propuesta encarna lo que podríamos llamar tecnocracia algorítmica: el gobierno no de los sabios, sino de los cálculos. En un mundo donde la confianza en las instituciones democráticas se erosiona, la idea de sustituir al político de carne y hueso por un modelo estadístico parece un bálsamo y no se diga en un país como el nuestro con todas sus crisis en la clase política. Sin embargo, esta tentación encierra un espejismo.


La IA no “decide”: predice. Sus respuestas están entrenadas en datos del pasado y optimizadas para patrones de eficiencia, no para dilemas éticos. ¿Quién programaría a ese “ministro digital”? ¿Con qué valores? ¿Qué intereses se esconderían detrás de sus instrucciones? Como advertía Hannah Arendt, delegar la política en sistemas técnicos puede neutralizar la pluralidad y convertir la acción en mera administración.


Albania como laboratorio de lo imposible

Que sea Albania quien verbalice esta posibilidad no es casual. Su historia reciente está marcada por el desencanto: del entusiasmo reformista de los noventa a las privatizaciones turbias, los recortes sociales y la infiltración del crimen organizado. En este contexto, el discurso de Rama funciona como gesto populista: desplazar la ira hacia una promesa tecnofuturista que evita enfrentar la raíz estructural de la corrupción.


La figura de Mira Murati, ex-CTO de OpenAI y hoy empresaria albanesa-estadounidense, alimenta la narrativa simbólica: si una compatriota ayudó a moldear el futuro de la IA, ¿por qué no convertir al país en pionero del “primer gobierno algorítmico”? Sin embargo, la esperanza de que la innovación tecnológica pueda limpiar décadas de prácticas clientelares revela más desesperación que estrategia real.


América Latina frente al mito del “gobierno de máquinas”

Para América Latina, donde la corrupción y la desconfianza institucional también son endémicas, la propuesta albanesa es una advertencia. Existe el riesgo de que, ante la fatiga democrática, nuestras sociedades caigan en la fascinación por automatizar la política bajo la promesa de una pureza imposible.


Pero delegar la política en algoritmos significaría abdicar de la deliberación democrática, de la capacidad de disentir, negociar, equivocarnos y rectificar. La política no se reduce a optimizar procesos, sino a encarnar proyectos colectivos, incluso con sus imperfecciones.


Lo que sí podríamos imaginar es un uso responsable y crítico de la IA para fortalecer la transparencia: algoritmos que auditen contratos públicos en tiempo real, sistemas que detecten anomalías presupuestales o redes que faciliten la participación ciudadana. No se trata de sustituir al político por una máquina, sino de vigilarlo mejor con la ayuda de la máquina.


La democracia, recordemos, no es la ausencia de errores, sino la capacidad de aprender de ellos. Pretender que un algoritmo incorruptible nos ahorre el peso de decidir es negar nuestra condición política. Tal vez la pregunta no sea si la IA puede gobernar mejor que nosotros, sino si todavía tenemos la voluntad de gobernarnos a nosotros mismos.

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