“Desvíos de Babel” de Derrida: II. Traducción como tarea y deuda
- Jorge Alberto Hidalgo Toledo
- 25 sept
- 2 Min. de lectura

Dra. Velebita Koričančić
Cuando Derrida señala que traducir es inevitable para comunicarnos, también advierte: ninguna traducción puede ser perfectamente transparente; por eso cada traducción hace vivir de nuevo el texto en otra lengua, con sus ajustes y descubrimientos.
Imaginemos que una autoridad dijera: “de ahora en adelante, nadie compartirá una sola lengua; aun así deberán entenderse”. Esa es, para Derrida, la escena de Babel: un gesto que rompe la ilusión de la transparencia de una lengua única y, al mismo tiempo, destina a los seres humanos a la traducción como forma de vida en común. La traducción, entonces, es ley, un mandamiento que nos obliga a responder a la otredad en una pluralidad de lenguas y, a la vez, declara la univocidad es imposible.
¿Qué es “ley” para Derrida? Cuando la traducción aparece como mandato, también marca una deuda: el texto y el nombre que lo distinguen también exigen respuesta; quien traduce se sabe “comprometida” o “deudora”. Esa escena, dice Derrida leyendo a Walter Benjamin, está cargada de términos como tarea, deber, deuda, restitución: se nos exige devolver algo que “debió haber sido dado”, aunque ese pago quizá no pueda completarse jamás.
¿Por qué para Derrida la traducción es “imposible”? No en el sentido de que no se pueda traducir, sino en el de que no existe una traducción final y única: toda versión deja un resto, un desajuste, un doble filo de sentido. En la lectura derridiana del relato de la torre de Babel, cuando se dispersan las lenguas, se interrumpe la idea de una comunidad regida por una claridad absoluta y a la vez se impide la tentación de una violencia imperial que habría universalizado un idioma por encima de los demás. Es así que la comunicación ocurre a través de traducciones parciales, necesariamente situadas, lo que también las vuelve debatibles.




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