México, país de desastres: cuando no hay una política del porvenir
- Jorge Alberto Hidalgo Toledo
- 18 oct
- 3 Min. de lectura

Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
La nación en estado de excepción perpetuo
México parece habitarse como un eterno presente catastrófico. No se trata solo de temblores ni tormentas, violencia o inseguridad, sino de una cultura política incapaz de pensar el futuro como un proyecto común. La memoria inmediata —esa que solo llega hasta el último sexenio o que siempre culpa al gobernante anterior— ha convertido la improvisación en política de Estado y la urgencia en método de gobernanza. Vivimos en la lógica de la reconstrucción permanente, como si la catástrofe fuera el motor estructurante del país.
La pregunta es tan elemental como dolorosa: ¿cuándo comenzamos a normalizar que nuestras ciudades colapsen, que los presupuestos de protección civil se recorten, que la prevención se archive como gasto innecesario y que la ciudadanía cargue, una vez más, con los escombros del olvido gubernamental?
Sociedad civil: brújula ética del porvenir
Frente a la parálisis institucional, emerge un sujeto social que actúa desde lo sensible: la sociedad civil organizada. Es ella quien, con una memoria más amplia y un sentido profundo de comunidad, ha sabido sostener al país cuando las instituciones se ausentan. Pero no basta con resistir.
Resistir es el mínimo. Lo urgente es diseñar. Lo urgente es anticipar.
Diseñar el futuro no es imaginar utopías abstractas ni simular escenarios de ciencia ficción. Diseñar es una práctica ética que parte de la pregunta por el otro: ¿qué país queremos dejarle a quien no ha nacido? ¿Qué responsabilidad tenemos con quienes ya están en situación de vulnerabilidad? ¿Qué consecuencias tienen nuestras decisiones sobre los cuerpos más frágiles, sobre las vidas que no caben en las estadísticas?
Una alfabetización en futuros: pedagogía de la otredad
México necesita, de manera urgente, una alfabetización anticipatoria. Un aprendizaje colectivo que nos permita pensar desde la complejidad, desde la empatía, desde la ética de la anticipación. Y aquí la educación cobra un papel vital: educar no para obedecer, sino para imaginar; no para reproducir el presente, sino para provocar el porvenir.
Hablamos de formar ciudadanías que sepan leer los signos del tiempo, que comprendan la interdependencia entre cambio climático, marginación social, violencia, inseguridad, migración, digitalización acelerada y crisis institucional. Una ciudadanía pero sobre todo una clase política que sepa preguntar: ¿qué pasaría si...? y que se atreva a ensayar respuestas no inmediatas, sino profundas, éticas y sostenibles.
Contra el cinismo institucional: sembrar esperanza como estrategia
Tal vez el mayor daño de esta lógica del desastre es la pérdida de la esperanza. Pero no de una esperanza ingenua, sino de aquella que, como diría el filósofo alemán, Ernst Bloch, se traduce en principio de esperanza: una energía utópica que no niega el dolor, pero tampoco se rinde ante él.
Sembrar esperanza en México hoy es un acto profundamente político. Implica volver a creer que es posible anticiparse, prepararse, resistir el cinismo con imaginación estructurada. Implica exigir responsabilidad pública, transparencia y voluntad transformadora. Implica, sobre todo, asumir que el futuro no se hereda: se diseña.
La dignidad de un futuro anticipado
México puede dejar de ser el país de los desastres si decide dejar de improvisarse. Si asume que la planeación estratégica, la cultura de prevención y el diseño de futuros no son lujos tecnocráticos, sino formas concretas de cuidar la vida. Y para ello, necesitamos una nueva clase política, sí, pero también una nueva ciudadanía: una que piense más allá de sí misma, que mire al otro como legítimo destinatario del futuro que construimos hoy.
La pregunta entonces no es si vendrá otro desastre. La pregunta es si estaremos, esta vez, preparados no solo para enfrentarlo, sino para que no nos encuentre de nuevo como víctimas, sino como comunidad anticipatoria.




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