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Robert Redford (1936-2025): un adiós a una leyenda, un legado de autenticidad y compromiso

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 22 sept
  • 4 Min. de lectura
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Por Raúl Sanz

 

El 16 de septiembre de 2025 no sólo fue otro aniversario del inicio de la Guerra de Independencia en México, sino el día en que se apagó la mirada de uno de los protagonistas más icónicos del cine contemporáneo; el último sex symbol de un cine ya extinto; la atadura final que nos mantenía unidos al recuerdo de otro gigante… Paul Newman. A sus 89 años de edad, Robert Redford falleció en su casa en Sundance, Utah, rodeado de seres queridos, y generando una oleada de mensajes de homenaje y dolor por numerosas personalidades de la industria cinematográfica. Y claro que la muerte alcanza también a las leyendas, sin embargo, lo que jamás consigue es borrar las huellas que éstas dejan en la tierra; por el contrario, invita a repensarlas tanto artística como éticamente (aunque siempre he sido defensor de que “al autor por su obra”). De tal forma, habría que plantearse la siguiente pregunta: ¿Qué nos deja Robert Redford como actor, cineasta, mentor y activista?

 

Empezaré por decir que Redford no fue únicamene el galán clásico de ojos azules y pelo dorado. No, se trataba de un actor icónico capaz de alcanzar rangos y rostros  diversos. Desde sus primeros papeles hasta sus roles más maduros, logró reunir en un cuerpo el carisma de James Dean, la vulnerabilidad de James Stewart y la profundidad de Gregory Peck. Películas como Butch Cassidy and the Sundance Kid o All the President’s Men nos permitieron apreciarlo tanto en su esplendor popular como en papeles con fuerte carga política o crítica social.

 

Pero la actuación no fue su único talento en la industria, pues más adelante decidió sumarse  al grupo de los universales como Clint Eastwood o Charles Chaplin, incursionando en la faceta de director, haciendo una entrada triunfal con Ordinary People (1980), cinta que le valió el Oscar y lo reveló como un ojo realizador capaz de captar discursos íntimos y sensibles, abordando el dolor, la familia y el crudo silencio.

 

Pero quizá, dentro de sus legados más duraderos, no se encuentran ni sus personajes, ni sus filmes, ni tampoco sus galardones. Probablemente, Redford trascenderá más en el medio por ser el fundador de espacios de posibilidades: el Instituto y el Festival Sundance.  Allí, además de exhibirse películas independientes, se impulsa en igual medida la voz sonora de creadores que, de otro modo, tendrían pocas plataformas para saltar al mundo. Estos dos escenarios representan el sitio donde el cine puede explorar con libertad, SER quien siempre debe SER, sin la imposición ni yugo de los grandes y voraces estudios, ni la necesidad de exhorbitantes presupuestos, sino apenas el requerimiento básico e indispensable de la idea bajada al papel, luego trasladada a la lente de una cámara, y finalmente entregada a los ojos y emociones de quien se deje. Esa apertura fue, es y seguirá siendo para muchos soñadores, cineastas jóvenes, un faro de oportunidad.

Por si fuera poco, Robert Redford fue un tipo con convicción, alguien al que no le bastaba con narrar ficciones, sino participar en causas reales y significativas. Su legítimo compromiso social lo llevó a convertirse en un pronunciado defensor del medio ambiente, además de promover la preservación del paisaje natural de Utah. También mantuvo una postura crítica frente al poder cuando lo consideró necesario, y, así como lo hizo Marlon Brando en su momento, apoyó fervientemente los derechos de los pueblos indígenas.

 

Hay que decir que su activismo no fue siempre llamativo, pues, en ocasiones, procuró darle luz desde lo discreto y silencioso, como plantar árboles, resistir desarrollos contaminantes, apoyar a realizadores emergentes y mantener la integridad creativa. Esa coherencia lo destacó siempre del resto, consiguiendo la obtención del respeto y admiración, y no exclusivamente por lo hecho en pantalla, sino por lo que hizo fuera de ella.

 

Al pensar su vida como un reflejo social, más allá de la gran estrella del cine clásico de Hollywood que fue, Redford levantó la mano para recordarnos que los artistas pueden ser figuras de cambio, sin encasillarse en el entretenimiento; que la independencia creativa importa, porque permite contar historias desde su lado más puro y sincero contra el ruido de lo comercial; que el medio ambiente, la identidad, la ética, las injusticias sociales, entre otros temas sociales, son válidos en el cine y en otros formatos, y hacerlos parte vital del relato puede mover sensaciones; que la fama y el reconocimiento deben ir acompañados de humildad, generosidad y responsabilidad.

 

Y así, se va un rostro único, un nombre que evoca la esencia del cine de los 70 y 80, del actor gallardo con integridad humana, del director cuidadoso y arriesgado al mismo tiempo. Pero permanece un corpus fílmico con películas que aún importan y cuyo eco continuará resonando por varias décadas: The Sting, Out of Africa, All the President’s Men, Ordinary People, A River Runs Through It, entre muchas más. Deja a su partida el modelo institucional denominado “Sundance”, un referente para el cine independiente y global. Y por último, hereda un legado ético a partir del compromiso artístico, del activismo murmurante, y del deseo de que el cine sea algo más que un mero espectáculo.

 

Hoy, cuando la cultura visual está dominada, cada vez en mayor medida, por lo inmediato, lo sencillo, lo digital, por la tecnología y lo efímero, recordar figuras como Robert Redford es más que nostalgia. Es reafirmar que el cine puede tener múltiples dimensiones: estética, comercial, divertida, pero también moral, cultural, espiritual.

 

Redford nos mostró que no hay contradicción entre ser actor y ser activista, entre ser estrella y ser humano, entre contar historias que entretienen y contar historias que importan. Y aunque ya no esté con nosotros, su marca seguirá presente cada vez que alguien decida filmar con convicción, cada vez que alguien proyecte una película que cuestione, que inspire, que transforme.

 

Descansa en paz, eterno Sundance Kid… Descansa en paz, Robert Redford.

 

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