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Náufragos de la Sociedad de la Información: sobrevivir a la ola digital

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 11 oct
  • 4 Min. de lectura
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Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


La ola

Sin duda, la Sociedad de la Información nos tomó a todos por sorpresa, parados en la misma playa. A unos la ola los revolcó a punto de ahogarlos, a otros los hundió en la misma arena; algunos sintieron el jalón pero lograron mantenerse firmes; unos cuantos, quizá los más audaces o los más inconscientes, aprovecharon la fuerza del oleaje para adentrarse mar adentro.


Mujeres y niños primero; sálvese quien pueda.


Así nos sorprendió el cambio de era: sin brújula, sin manual de navegación, con la piel expuesta a un mar que no era de agua, sino de datos. La humanidad entera —como en los relatos bíblicos del diluvio o en las mitologías del caos primordial— volvió a enfrentarse con su límite. No sabíamos nadar en esta materia líquida de la información. El flujo incesante de imágenes, mensajes y algoritmos se convirtió en el nuevo océano simbólico donde todos flotamos, respirando al ritmo de las notificaciones.


La ola como metáfora del tiempo hipermedial

Cada civilización ha tenido su elemento dominante: la tierra de los agricultores, el fuego de los forjadores, el aire de los pensadores, el agua de los navegantes. La nuestra está hecha de bits: un agua sin forma, un plasma simbólico que todo lo penetra y todo lo transforma.

Lo digital, como ya lo he dicho, es un estado de la materia que oscila entre lo gaseoso y lo simbólico. Se expande, presiona, satura, pero también nutre y oxigena. Su naturaleza líquida nos obliga a navegar sin costas: somos náufragos que construyen su barca mientras flotan.


El problema no es la ola en sí, sino la falta de alfabetización para leer sus corrientes. Nos lanzamos a un mar sin aprender a interpretar sus mareas. La velocidad sustituyó la profundidad; la conectividad reemplazó el encuentro. En nombre de la comunicación, perdimos el silencio que la hacía posible.


Ahogados, surfistas y observadores

En cada transformación tecnológica hay tres figuras: el ahogado, el surfista y el testigo.

El ahogado es aquel que se resiste al cambio, que se aferra a la orilla del pasado, que confunde el oleaje con amenaza. El surfista es el que aprende a flotar sobre la incertidumbre, que usa la velocidad sin dejarse arrastrar por ella. Y el testigo es aquel que, desde la orilla, observa la tragedia y la belleza del nuevo mundo sin decidir aún si lanzarse o no al agua.

La Sociedad de la Información nos ha dividido así, no por clase o nacionalidad, sino por grado de flotabilidad simbólica. Hay quienes dominan el código y quienes se ahogan en él. Hay quienes habitan el flujo y quienes apenas sobreviven a su ruido.

La nueva desigualdad no es económica, sino cognitiva y emocional: una brecha entre los que entienden el lenguaje del agua y los que aún respiran polvo de tierra.


Naufragios del sentido

Nunca antes habíamos tenido tanto acceso al conocimiento, y sin embargo nunca habíamos estado tan desorientados. Como advertía Zygmunt Bauman, la modernidad líquida disolvió las estructuras estables del sentido: todo fluye, nada permanece. Pero en el flujo constante, el peligro no está en hundirse, sino en no encontrar profundidad alguna.

El mar digital no mata por inmersión, sino por saturación. Nos ahoga el exceso de estímulos, la velocidad de la respuesta, la ansiedad de la actualización. Hemos confundido estar informados con estar conscientes, y navegar con comprender.

El naufragio contemporáneo no ocurre en las aguas, sino en el alma. La pérdida del sentido de orientación es la nueva forma del extravío.


La pedagogía del oleaje

Toda ola requiere una pedagogía. Aprender a navegar la Sociedad de la Información implica, como diría Paulo Freire, educar para la libertad y no para la dependencia. Alfabetizar digitalmente no es enseñar a usar herramientas, sino a leer el mundo a través de ellas.

La verdadera alfabetización informacional es estética y ética: requiere formar miradas, no usuarios; formar discernimiento, no obediencia; formar humanidad, no consumo.

Necesitamos un nuevo tipo de maestro: el mediador de corrientes, el pedagogo anfibio capaz de habitar dos mundos —el simbólico y el tecnológico— sin ahogarse en ninguno.

Ese mentor, como el IA Wizard que emerge en la nueva ecología de la sabiduría digital, enseña no sólo a programar, sino a respirar bajo el agua. Forma futuros sabios, no meros técnicos; surfistas del sentido, no nadadores automáticos del algoritmo.


Cuando baje la marea

Cuando la marea digital baje, quedarán sobre la playa los restos de nuestra travesía: fragmentos de memoria, conchas de datos, algas de información, voces perdidas que alguna vez fueron nuestras. Quizá entonces comprendamos que la ola no fue enemiga, sino espejo. Que lo que nos arrastraba era, en realidad, nuestra propia incapacidad de mirar el mar sin miedo.

Porque la Sociedad de la Información no vino a destruirnos, sino a preguntarnos:

¿qué queda del ser humano cuando su voz se vuelve eco en el océano de los datos?

Y quizá, al responder, aprendamos que sobrevivir no consiste en nadar mejor, sino en recordar que también somos agua.

Cuando el mar de la información se vuelva a calmar, no seremos los mismos. Algunos habrán naufragado, otros habrán aprendido a flotar. Pero los verdaderamente sabios serán aquellos que, al mirar el horizonte, comprendan que toda ola —por devastadora que parezca— trae en su espuma la posibilidad de volver a empezar.

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