Los canarios del nuevo carbón: jóvenes, trabajo y la inteligencia artificial como frontera del alma
- Jorge Alberto Hidalgo Toledo
- 6 oct
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Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
El zumbido de las máquinas y el silencio de los jóvenes
Un extraño canto se apaga en las minas contemporáneas del capitalismo digital. No es el de los canarios reales que antaño morían antes que los mineros, anunciando el veneno del aire; es el de una generación entera que deja de ser contratada, desplazada lentamente por el murmullo invisible de la inteligencia artificial generativa.
Un estudio reciente (2024, Canaries in the Coal Mine: Generative AI and the Labor Market. Stanford Digital Economy Lab), realizado con datos de millones de nóminas en los Estados Unidos, revela que los trabajadores más jóvenes —de entre 22 y 25 años— en las ocupaciones más expuestas a la automatización por IA han sufrido una caída del 13% en su empleo, aun controlando los factores empresariales. El ajuste, dicen los investigadores, no ocurre en los salarios sino en la exclusión: los recién llegados simplemente no son llamados.
Lo inquietante no es solo la pérdida de puestos, sino el tipo de silencio que deja: un vacío simbólico y social donde antes habitaba el rito de iniciación laboral. Esa primera experiencia de inserción, de pertenencia, de reconocimiento en el tejido económico, se diluye ante un algoritmo que no se equivoca, no se enferma y no cobra vacaciones. En los templos de la eficiencia, los jóvenes se han convertido en los canarios del nuevo carbón: los primeros en asfixiarse en la mina de la productividad automatizada.
Del trabajo como sentido al trabajo como residuo
La antropología del trabajo siempre ha sido, en el fondo, una antropología del sentido. Desde el primer golpe de piedra sobre el sílex, el trabajo fue un acto de autoafirmación, una extensión de la mano y del alma —como ya intuía Marx cuando hablaba del trabajo como “la exteriorización vital del hombre”—. Hoy esa exteriorización parece ser reemplazada por la imitación maquínica de la creatividad humana.
Si la IA puede escribir, diseñar, calcular o decidir, ¿qué queda del hombre cuando se digitaliza su esfuerzo, su sombra y su inteligencia? Tal vez queda solo lo que Byung-Chul Han llama “la fatiga del yo”: la extenuación de un sujeto que ya no encuentra dónde desplegar su energía creadora. El homo faber se desvanece ante el homo algorithmicus.
Lo que desaparece, más allá del empleo, es el relato. El relato de ascenso, de mérito, de transformación. Aquello que tejía el sentido del vivir en comunidad. En la medida en que los jóvenes pierden su espacio laboral, pierden también la narración simbólica que les daba identidad: ya no hay empresa que los acoja, sindicato que los proteja ni horizonte que los motive. Como advertía Bauman, “la precariedad ya no es una condición marginal, sino el nuevo modo de ser del trabajador líquido”.
La estética del reemplazo y la ética de lo residual
Hay algo profundamente estético en esta crisis: la belleza fría de los dashboards y los flujos algorítmicos, la promesa de neutralidad de los datos, la elegancia del código que reemplaza a la mano. En el brillo aséptico de la automatización se oculta una violencia invisible: la que convierte la vida en variable y la subjetividad en ruido estadístico.
La ética del trabajo, aquella que vinculaba el esfuerzo con la dignidad, se sustituye por la lógica de la optimización. Como señaló McLuhan, cada medio transforma las proporciones de los sentidos humanos; la IA no solo amplifica la mente, la reconfigura, y con ello reconfigura también lo que entendemos por justicia, mérito y responsabilidad. Si el mérito ya no depende del esfuerzo sino del acceso a la tecnología, el trabajo deja de ser virtud y se convierte en privilegio.
Epistemologías del reemplazo y economía del alma
En los sistemas simbólicos de la era digital, el conocimiento se ha vuelto mercancía replicable. La IA, al absorber patrones de lenguaje, sustituye las rutas lentas del aprendizaje por la inmediatez del cálculo. La epistemología del siglo XXI es, en efecto, una epistemología del reemplazo: saber ya no es comprender, sino predecir.
Los economistas celebran la eficiencia del modelo; los filósofos observan el costo ontológico de esa eficiencia. Heidegger lo anticipó en su Gestell: cuando el hombre convierte el mundo en un conjunto de recursos disponibles, se convierte él mismo en un recurso. La automatización del pensamiento no es solo económica, es espiritual: el alma pierde su espesor cuando delega su duda en una máquina.
La mediación perdida y el nuevo potlatch digital
En la era del selfie y la reputación digital, como he sostenido en otras reflexiones, la sociedad se rige por una lógica de potlatch digital: dar para ser visto, mostrarse para existir. En el mundo laboral, esa misma lógica se traduce en currículums automatizados, portfolios de productividad y métricas de desempeño. Los jóvenes no compiten ya con otros jóvenes, sino con inteligencias artificiales que aprenden de ellos y los sustituyen en la misma jugada.
La hipermediatización del trabajo convierte la experiencia humana en interfaz. Los algoritmos de selección, los sistemas de evaluación y las plataformas de contratación son las nuevas cámaras del panóptico. Todo se ve, todo se mide, todo se archiva. Pero el sentido del ser, ese que escapa a la medición, queda fuera de la ecuación.
Política, cultura y espíritu en la era del reemplazo
Políticamente, la automatización genera una nueva forma de desigualdad: la brecha entre los que diseñan las máquinas y los que son diseñados por ellas. Culturalmente, estamos asistiendo al fin del pacto generacional del trabajo como ascenso y dignidad. Espiritualmente, a una crisis de comunión: la desconexión del hombre con el fruto de su acción.
Tal vez por eso la IA, más que un desafío técnico, sea una prueba teológica. Porque al crear inteligencias a nuestra imagen y semejanza, repetimos el gesto del Génesis: dar vida a un otro que pronto podría prescindir de nosotros. Lo que está en juego no es el empleo, sino la conciencia de nuestra propia finitud.
El canto que queda
Los jóvenes son los nuevos canarios del carbón digital: sensibles, intuitivos, creativos, pero expuestos a los gases tóxicos de la automatización sin ética. Si ellos se apagan primero, no será solo una señal económica, sino espiritual.
Quizá el desafío no sea competir con las máquinas, sino recordar lo que ellas no pueden hacer: amar, dudar, imaginar, errar con propósito. La tarea, entonces, será construir una ecología de sentido, donde la inteligencia artificial no suplante, sino acompañe; donde el trabajo vuelva a ser espacio de encuentro, creación y comunión.
Porque si los canarios mueren, la mina seguirá funcionando. Pero ¿quién quedará para escuchar el silencio?




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