top of page

La paradoja de la censura de El cuento de la criada

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 2 oct
  • 4 Min. de lectura
ree

Por Isabel Lincoln-Strange, sin ayuda de la IA



A partir del día 1 de octubre de 2025, muchas escuelas de Alberta, Canadá, tendrán prohibida la lectura de la novela El cuento de la criada de Margaret Atwood; la obra, publicada en 1985, será retirada de todas las bibliotecas públicas. Esta medida no sólo aplica a la novela de Atwood sino a cualquier libro que tenga contenido sexual explícito (Gómez Ruiz, 2025).

La medida, sin duda, es polémica, y me lleva a reflexionar en las obras que leí a mis 16 años, mientras esperaba a mis padres regresaran del supermercado. Vienen a mi memoria dos obras en particular que, en ese momento, llamaron la atención de mi padre, quien, un poco preocupado, me preguntó si las entendía: La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, publicada en 1984, y El perfume, de Patrick Süskind, publicada en 1985, ambas novelas contemporáneas a la obra de Atwood que, sin duda, presentan un mayor contenido sexual. Curiosamente, El cuento de la criada y Los testamentos las leí hasta después de cumplidos mis cuarenta años.


La medida tomada por la provincia canadiense (combinada con mis recuerdos de la adolescencia), me llevó a preguntarme si el foco de preocupación de docentes y padres de familia debía relacionarse con el contenido sexual de las obras literarias. Es decir, a cuestionarme si dicho contenido es lo más peligroso a lo que pueden enfrentarse las mentes jóvenes, al grado que les deje marcados de por vida y sin posibilidades de incorporarse de manera exitosa a la sociedad. Me pregunto si, de las tres novelas que mencioné, el impacto del contenido sexual sería lo que más me preocuparía que leyeran mis hijos, y creo que la respuesta es no: estas novelas no presentan un peligro para mis hijos.


Es importante señalar, antes de proseguir, que sólo hablo a partir de la experiencia viví a los 16 años, como adolescente educada en colegios católicos y que mi punto de vista no tiene por qué ser compartido por los lectores. Quiero compartirles que recuerdo que, en ese entonces, en 1993, leí las novelas de Kundera y de Süskind porque estaban de moda; en la preparatoria, las y los estudiantes hablaban de ellas; mis amigas, que tenían hermanas mucho mayores, las recomendaban. Así que las compré y las leí con entusiasmo y ambas me parecieron fascinantes y transgresoras porque presentaban personajes vanguardistas, como Jean-Baptiste Grenouille, quien nace en medio de un mercado de pescado en la Francia de 1738 y quien no tiene aroma; o Tomás, quien es un perseguido político en la Praga de 1968, y quien se convierte simbólicamente en un crítico del autoritarismo de su contexto. Me gustaría hacer hincapié en que lo menos que me preocupaba en mi lectura a los 16 años era el contenido sexual y que me intrigaban los mundos nuevos que podían proyectar estas narrativas.


Una vez dicho lo anterior, les comparto que mis hijos son adolescentes; crecen en un contexto en el que los contenidos en los medios se han diversificado en forma y en fondo; observo que hay más variedad, que la violencia es cada vez más cercana y que se presenta de manera disfrazada o explícita. Las redes sociales invaden sus espacios, en una sociedad que los presiona para que integren a la dinámica del scroll y que consuman contenidos sin sentido. En este contexto, que mis hijos leyeran novelas canónicas para poder discutir con ellos su percepción sobre la obra y sus personajes, me parecería afortunado.


Lo que quiero decir (quizás de manera atropellada) es que la guía del padre y/o del docente es esencial; que la vigilancia sobre lo que consumen nuestros hijos e hijas de productos culturales y del entretenimiento puede hacer una gran diferencia, y que la orientación es una guía indispensable.

Prohibir la lectura de la gran literatura nunca ha sido una decisión con resultados afortunados en la historia de la humanidad. En Estados Unidos, en la década de los veinte, se llegaron a censurar las obras de Balzac y Zola en su totalidad; en la década de los sesenta, en varios estados de dicho país, se prohibió la lectura de Huckleberry Finn (Mark Twain, 1884), El guardián entre el centeno (J. D. Salinger, 1951), Matar a un ruiseñor (Harper Lee, 1960) y Los cuentos de Canterbury (Geoffrey Chaucer, 1400), obras que sen consideraban controversiales porque podrían incitar la rebelión (Blakemore, 2025). En México, en el 2011, se censuró la lectura de la novela Aura de Carlos Fuentes, uno de nuestros autores del Boom Latinoamericano.


La lectura nos enriquece y nos ayuda a crecer. En la niñez y en la adolescencia, nos impulsa a comprender el mundo y nos sensibiliza con respecto a la existencia de otras realidades. Nos inspira a relacionarnos con la otredad y a comprender valores como la empatía, la solidaridad, la valentía, la nobleza (y muchos otros) a través de Jane Eyre, Lady Machbeth, o el mismo Jean-Baptiste Grenouille. Por ello, recomiendo que no censuremos, sino que nos comuniquemos y acompañemos en la lectura a nuestros estudiantes, hijas e hijos; sin duda, la comunicación básica para cualquier aprendizaje.


ree

Referencias

Gómez Ruiz, L. (2025, 30 de agosto). Una provincia de Canadá prohíbe a los estudiantes leer El cuento de la criada. La vanguardia. https://www.lavanguardia.com/cultura/20250830/11014026/provincia-canada-prohibe-estudiantes-leer-cuento-criada.html

Blackmore, E. (2025, 23 de julio). Cómo y por qué han prohibido libros en Estados Unidos a lo largo de la historia. Historia National Geographic. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/como-y-por-que-se-han-prohibido-libros-en-estados-unidos-a-lo-largo-de-la-historia_24257

Comentarios


bottom of page