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¿Inteligencia artificial con culpa? Sobre los nuevos veganos digitales y el dilema del consumo invisible

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 12 ago
  • 3 Min. de lectura
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


No comen carne. Tampoco textos generados por modelos. No usan imágenes sintéticas ni aceptan recomendaciones algorítmicas. Han decidido renunciar, no por moda, sino por principio. Se llaman a sí mismos “AI vegans” y han escogido habitar una suerte de exilio voluntario en medio de la fiesta digital. No para mirar desde fuera con desdén, sino para recordar, como un cuerpo que no olvida, que toda interacción artificial —por más inofensiva que parezca— deja una huella, un costo, un residuo.


Detrás de cada comando que le damos a una máquina, hay un gasto invisible: litros de agua evaporada, electricidad en centrales remotas, cadenas laborales precarizadas, datos extraídos sin consentimiento, residuos técnicos y epistemológicos. Cuando pedimos a la IA que escriba por nosotros, que nos sugiera, que nos represente, también estamos externalizando algo más profundo: nuestra propia agencia cognitiva.


De la inteligencia como servicio al servicio de la inteligencia

Arwa Mahdawi en su texto para The Guardian, Meet the AI vegans, ha nombrado con cierta ironía un fenómeno que, bajo su ligereza léxica, esconde una punzante verdad: vivimos en una era de hiperconsumo digital tan acrítica como el consumo de carne en el siglo XX. Así como el veganismo alimentario emergió como respuesta ética, ecológica y sanitaria, el veganismo digital apunta a un principio similar: abstenerse de una tecnología no por lo que promete, sino por lo que oculta.


Porque sí, ChatGPT puede escribir poemas, resolver ecuaciones y responder con solvencia doctoral. Pero también puede erosionar —lentamente, sutilmente— las bases del pensamiento crítico si suplantamos el proceso por el resultado. Un estudio citado por Mahdawi señala que el uso excesivo de IA perjudica la capacidad de razonamiento. No se trata sólo de lo que la máquina puede hacer, sino de lo que el humano deja de hacer cuando delega demasiado.


Calorías digitales y residuos cognitivos

Uno podría pensar que escribir este texto consume menos que imprimir un libro. Pero cada solicitud a un modelo de lenguaje implica una serie de procesos energéticamente intensivos que rivalizan con cientos de búsquedas en Google. Como ha señalado Kate Crawford, “la inteligencia artificial no es inmaterial. Está incrustada en estructuras físicas, extractivas y políticas”.


Tal vez el problema no es que tengamos IA, sino que la consumimos como si fuera gratuita. Como si no costara nada usarla para pedir imágenes absurdas de gatos cósmicos comiendo tacos. Como si la creatividad pudiera funcionar como un capricho sin consecuencias. El veganismo de IA no es, en el fondo, una fobia tecnológica; es una forma de autolimitación consciente en tiempos de abundancia inconsciente.


¿Quién decide cuánta inteligencia es suficiente?

Mark Zuckerberg ha dicho que quienes no usen gafas inteligentes quedarán en desventaja cognitiva. No es una amenaza, es una profecía autocumplida: los sistemas se diseñan para volverse imprescindibles, como la electricidad o el agua. Pero cada innovación que se vuelve adicción desdibuja la frontera entre ayuda y dependencia.


Los veganos digitales no huyen del progreso. Lo confrontan con una pregunta desobediente: ¿es este el tipo de inteligencia que queremos usar para vivir, o simplemente la que hemos aprendido a consumir sin pensar? Tal vez la clave no sea renunciar a la IA, sino instaurar una forma más ética de convivir con ella. Algo así como un “ayuno algorítmico” voluntario. O como propone Mahdawi, un conteo de calorías digitales antes de cada comando.


Porque si el acto de pensar se vuelve un lujo, delegar el pensamiento será la nueva pobreza. Y si alguna revolución merece nuestra atención en esta década, será aquella que nos enseñe a elegir cuándo no usar la tecnología… para seguir siendo humanos.


¿Y tú? ¿Ya sabes cuántas calorías digitales consumes al día?

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