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El Yo Hipermediático y la Estetización de la Existencia: Cuerpos en el Espectáculo del Capitalismo Hip

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • hace 5 días
  • 4 Min. de lectura
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Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo

Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


Cuerpos en Tránsito: La Escenificación del Ser

Somos cuerpos mediatizados, presencias espectrales que deambulan entre pantallas. El cuerpo, el habla, el tiempo libre, el entretenimiento y el hábitat se han vuelto las coordenadas simbólicas de una misma escena: la del consumo. Cada gesto, cada desplazamiento, cada pulsación sobre la superficie táctil del dispositivo traduce un deseo que el mercado convierte en algoritmo.


La cultura hipermediática no solo comunica: performa. Convierte al sujeto en signo y al signo en mercancía. El estilo de vida se erige como una gramática estética que sustituye a la ética. El gusto se ha transformado en un principio clasificatorio, en un marcador de distinción simbólica. Como bien señalaría Pierre Bourdieu, el habitus no es solo un sistema de disposiciones, sino un modo de inscribir el cuerpo en la estructura social. Cada like, cada historia compartida, cada objeto adquirido, constituye una traducción de ese habitus en el lenguaje de la visibilidad.


Lo que antes era la expresión ritual del ser —el baile, el relato, la conversación— se ha transfigurado en un flujo de representaciones. El yo se multiplica, se dispersa, se estetiza. Los medios son ahora espejos líquidos donde el sujeto busca su reflejo. Pero esos espejos, como en Borges, devuelven copias sucesivas, interminables, hasta disolver toda identidad en la marea de las simulaciones.


El Narciso Algorítmico: Del Yo Ejecutor al Yo Espectáculo

El individuo contemporáneo no se contempla ya frente al estanque de agua, sino ante la pantalla que proyecta su reflejo digital. Es el nuevo Narciso algorítmico, enamorado de su sombra pixelada. En esta topología, la identidad no se construye: se administra. No se habita: se publica. No se siente: se comparte.


El yo hipermediático no busca tanto existir como ser percibido. Su ontología se apoya en la mirada del otro: en la promesa de visibilidad. Como diría Jean Baudrillard, “vivimos en la ilusión referencial”, donde los signos ya no remiten a realidades sino a otros signos, en un bucle infinito de significación vacía. El sujeto se fragmenta en una serie de performances que reproducen su deseo de permanencia.


En este escenario, el selfie se convierte en la unidad semántica del yo digital. El rostro se vuelve interfaz, la imagen, testamento de presencia, y el like, un rito de validación. La cultura del yo se transmuta en cultura del espectáculo. Vivir es transmitir. El yo se vuelve transmisible, editable, filtrado. La subjetividad se convierte en contenido y el contenido, en capital simbólico.


El yo ya no se mira en el espejo de Van Eyck ni busca el aura benjaminiana; se mide en métricas, se pondera en seguidores, se cotiza en el mercado de las apariencias. Hemos sustituido la introspección por la exposición. La confesión por el post. La profundidad por la interfaz.


El Capitalismo Hip y la Estetización de la Existencia

El capitalismo hip —esa fase acelerada, hiperconectada, saturada de signos— no vende cosas, sino atmósferas. No distribuye bienes, sino experiencias sensoriales. En él, los objetos han dejado de tener valor de uso o de cambio para convertirse en símbolos de distinción. Todo se convierte en signo; todo signo en valor; todo valor en simulacro.


El mercado ha aprendido a colonizar el tiempo libre, a estetizar la vida cotidiana, a convertir el ocio en consumo. Las redes sociales son los nuevos templos de la autoexhibición: ahí se celebra la liturgia del yo. Cada usuario es su propia marca, su propio producto, su propio publirrelato.


La estetización de la existencia es la versión hipermoderna de la vieja búsqueda de trascendencia. Pero aquí lo trascendente ya no mira hacia lo divino, sino hacia lo visible. Vivimos bajo la dictadura de la imagen bella, del feed perfecto, de la biografía curada. La vida se ha convertido en un espectáculo de sí misma.


Lo que alguna vez fue poiesis, creación con sentido, se ha vuelto styling, curaduría del yo. Gilles Lipovetsky lo describió como la “era del vacío”: una sociedad fascinada por la forma, donde la intensidad estética reemplaza a la profundidad moral. El resultado: un sujeto que vive para significar, pero ha olvidado cómo significarse.


La Vida como Curaduría y la Cultura como Espejismo

En esta nueva ecología mediática, todo se muestra y nada se experimenta. El consumo se ha convertido en un lenguaje social. Saber consumir es saber leer los signos del poder, los estilos de pertenencia, los modos del deseo. Comprender las prácticas mediáticas es comprender la forma contemporánea de construir sentido, legitimidad y reputación.


Los hipermedios son ahora espacios de socialización, pero también de vigilancia. Lugares donde la libertad se confunde con la posibilidad de elegir entre opciones idénticas. Los algoritmos dirigen nuestras rutas simbólicas como viejos dioses que nunca duermen.


La cultura, en su deriva digital, ha reemplazado la experiencia por su representación. Nos desplazamos entre flujos y pantallas en una realidad aumentada que reduce el mundo a su versión más luminosa. La belleza se volvió el nuevo opio. Todo debe ser estético, incluso la miseria. Todo debe ser compartido, incluso la soledad.


Como advertía Walter Benjamin, la estetización de la política conduce al fascismo; pero hoy podríamos decir que la estetización de la vida conduce a la indiferencia. Al sujeto le preocupa ser percibido, no comprender. Quiere pertenecer, no trascender.


El Último Espejo

Si el capitalismo hip nos enseñó a vivir en la superficie, la tarea urgente es recuperar la profundidad. No se trata de rechazar la imagen, sino de restituirle su espesor simbólico. Comprender que no somos solo emisores de signos, sino encarnaciones del sentido.


Lo digital es un estado de la materia que oscila entre lo gaseoso y lo simbólico. En ese tránsito fluimos nosotros: seres hechos de luz y de ausencia, de conexiones y de vacíos.


Quizá la pregunta no sea cómo escapar de la red, sino cómo habitarla con dignidad. Cómo devolverle al yo su densidad ética, su misterio, su silencio. Cómo resistir la tentación del espectáculo y volver a ser cuerpos significantes, no solo cuerpos visibles.


Porque al final, lo que se juega en la estetización de la existencia no es el gusto, sino el alma.

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