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Cuando la juventud entrega sus ojos al algoritmo

  • Foto del escritor: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
    Jorge Alberto Hidalgo Toledo
  • 20 ago
  • 2 Min. de lectura
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


La noticia es contundente: el 84% de la generación Z ya utiliza ChatGPT para interpretar las noticias (Luque de Gregorio, 2025, El 84% de la generación Z ya usa ChatGPT para interpretar las noticias, según un estudio. Computer Hoy). No hablamos solo de consultar, sino de delegar la función crítica de procesar y dar sentido a lo que ocurre en el mundo. El periódico, el noticiario, la sobremesa familiar —aquellos dispositivos de mediación tradicionales— son desplazados por una interfaz que organiza, resume y filtra la realidad en segundos.


Lo que parece un ejercicio de autonomía informativa —escapar del sesgo de los medios tradicionales— se transforma en una paradoja: la juventud sustituye la parcialidad humana por la opacidad algorítmica.


De la polis al prompt


Los griegos llamaban parresía al hablar franco en el espacio público, ese decir arriesgado frente a los otros. Hoy, la parresía se sustituye por prompts privados, susurros dirigidos a una máquina que devuelve síntesis en apariencia neutrales. Sin embargo, como advertía Pierre Bourdieu, no existe discurso sin campo, sin poder, sin capital simbólico y de vinculación social. Lo que ChatGPT ofrece no es una ventana transparente, sino un reflejo entrenado por datos, sesgos y contextos culturales invisibles es decir, un encuadre y una agenda configurada desde sus sesgos.


La ilusión de objetividad algorítmica puede resultar más peligrosa que el sesgo declarado de un medio. El joven cree estar liberándose de la ideología, cuando en realidad se sumerge en un tejido de decisiones automáticas, invisibles y normalizadas.


El riesgo de la delegación crítica


La investigación de Google y Kantar citada en el reportaje muestra que la juventud global no solo consume noticias mediadas por IA, sino que deposita allí la confianza interpretativa. El problema no es consultar la máquina, sino delegar en ella el juicio.


Como advertía Hannah Arendt, pensar no es solo acumular información, sino detenerse a juzgar, a discernir, a otorgar sentido común (common sense) en relación con otros. Si el juicio se externaliza en una máquina, corremos el riesgo de atrofiar ese músculo crítico, transformando a la ciudadanía en consumidores de interpretaciones empaquetadas, tan rápidas como irrefutables.


Hoy, frente al scroll infinito, la generación Z prefiere preguntar a ChatGPT “¿qué significa esto?”. Y la respuesta se recibe con la misma confianza con que antes se leía el editorial de un diario. El desplazamiento es histórico: el algoritmo se convierte en el nuevo oráculo.


La pregunta no es si debemos prohibirlo —sería ingenuo—, sino si sabremos acompañar a los jóvenes a habitar este nuevo ecosistema con una alfabetización digital crítica y sostenible. Porque un oráculo sin educación puede ser más devastador que la manipulación mediática: ofrece certeza donde debería haber duda, síntesis donde debería haber debate.


¿Queremos ciudadanos que sepan interpretar el mundo, o usuarios que solo confirmen lo que la máquina les devuelve? La respuesta marcará si la democracia sobrevive al espejismo de la neutralidad algorítmica

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