Cuando el alma de la empresa es el algoritmo: AI contextual como frontera cultural
- Jorge Alberto Hidalgo Toledo
- 8 jul
- 3 Min. de lectura

Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
No hay mayor error que entrenar a una inteligencia sin contexto. Y sin embargo, esa es la utopía técnica de nuestra época: máquinas brillantes que lo hacen todo, sin conocer nada de nosotros.
Pero ¿y si la inteligencia artificial no debiera ser ni sustituto ni salvador, sino testigo? ¿Y si su mayor poder no radicara en el cálculo, sino en su capacidad para guardar el aliento invisible de nuestras culturas laborales?
En tiempos donde la IA amenaza con uniformar lo humano bajo la lógica del rendimiento, el artículo publicado por Ravi Kumar y Rohan Murty en el World Economic Forum: "The context advantage: Why your company's collective ethos is the new AI frontier", despliega una idea tan radical como necesaria: el verdadero diferencial de la IA no está en su capacidad de automatizar tareas genéricas, sino en su habilidad para respetar y amplificar el ethos particular de cada organización. El alma, por fin, como vector computacional.
Graficar el sudor: la gramática invisible del trabajo colectivo
Toda empresa es un palimpsesto: lo que se dice, lo que no se dice, lo que se asume en el café, lo que se calla en la junta. El work graph propuesto por los autores consiste en cartografiar esta lógica subterránea de flujos, roces y atajos: una topología viva del hacer corporativo.
La IA, alimentada por estos patrones colectivos, no solo redacta contratos, organiza agendas o prioriza proyectos: empieza a entender cómo se decide, cómo se negocia, cómo se gana tiempo en esa organización específica. Es, si se quiere, una antropología algorítmica del presente: menos como herramienta que como espejo cultural.
Pero este proceso no es inocente. Como bien lo advierte el concepto del “jagged frontier”, el límite entre lo humano y lo automático no es una línea recta, sino una costa erosionada y movediza. Saber cuándo ceder la palabra a la IA y cuándo reclamarla exige un diseño ético del vínculo: no optimizar por eficiencia, sino por humanidad.
Cultura, ese código no replicable
Toda empresa, decía Edgar Schein, tiene una cultura. Pero no todas saben cuál. La posibilidad que plantea esta nueva frontera es escalofriante y luminosa a la vez: codificar los rituales tácitos que hacen exitosa a una organización sin destruirlos en el intento. Guardar la memoria de un estilo, de una forma de convivir productivamente, para que la IA no devore su identidad bajo el pretexto de la eficiencia.
Esto implica comprender que los modelos genéricos, por muy potentes que sean, corren el riesgo de borrar lo particular. Y que, por el contrario, entrenar la IA en el ethos específico de un equipo puede convertirla en un amplificador de sentido.
Pero para ello hace falta algo más que algoritmos: hace falta visión ontológica. Saber que no todo lo que se puede automatizar se debe automatizar. Que la cultura no es un dato, sino un vínculo. Que el contexto no es un obstáculo, sino el suelo fértil donde florece la inteligencia —humana o artificial.
La empresa como archivo viviente
En este nuevo paradigma, la empresa deja de ser una organización para convertirse en un archivo viviente de decisiones, prácticas y símbolos. La IA no reemplaza a los empleados; los documenta, los relee, los traduce. Aprende cuándo una pausa en el chat equivale a un desacuerdo. O cómo el silencio de una líder no es ausencia, sino estrategia.
Esta forma de IA no busca suplantar, sino acompañar desde la comprensión profunda del ecosistema humano en el que habita. Y en eso se parece más al arte que a la ingeniería. Porque trabaja con matices, con contextos, con intuiciones que no caben en la lógica binaria.
¿Qué pasaría si la verdadera innovación no fuera una nueva herramienta, sino una nueva forma de recordar cómo somos cuando trabajamos bien juntos? ¿Y si el futuro del trabajo fuera una alianza entre la memoria cultural y la inteligencia algorítmica?
Lo que está en juego no es la productividad. Es la posibilidad de no olvidar quiénes somos en el proceso de volvernos más eficientes.




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